Biografia

Un niño de Posguerra
Mauricio Rodríguez Gaitán nació en Móstoles un 21 de octubre de 1940, aunque siempre se consideró de Alcorcón ya que, a los pocos meses de su nacimiento, sus padres, Carlos y Dolores, se trasladaron definitivamente a este pueblo madrileño de alfares y pucheros. Mauricio vino al mundo en los peores años de la posguerra, cuando la penuria, la escasez, las cartillas de razonamiento, el estraperlo, y la mortandad infantil eran las figuras dominantes en España. Fueron estos primeros años tras la guerra los más duros para la familia Rodríguez Gaitán ya que fallecieron, con pocos meses de vida, el hijo mayor del matrimonio y dos niñas que siguieron a Mauricio.
Mauri se convirtió así en el mayor de los cinco hijos que Lola y Carlos consiguieron sacar adelante a base de sacrificios y mucho trabajo. Carlos, Librada, Miguel Ángel  y María Jesús fueron sus hermanos con los que no pudo compartir juegos. A los seis años comenzó la escuela, dos aulas dentro del antiguo ayuntamiento de Alcorcón, que en aquellos años contaba con un censo de 659 habitantes. A los ocho ayudaba a la economía familiar trabajando en lo que saliese, a veces cuidando las ovejas del marqués de Valderas, otras cuidando los galgos durante las cacerías en la finca La Restinga (la Venta La Rubia de ahora), o acompañando y ayudando a su padre, que por aquel entonces se dedicaba a la reparación y conservación de los caminos públicos. A los diez años empezó a trabajar en un bar en la antigua carretera de Extremadura, a la altura de Campamento. Allí le daban comida, alojamiento (consistente en una cama en el almacén) y como sueldo las propinas y algunas pesetas que daba a su padre.
En el bar aprendió a valerse por sí mismo y a esquivar los golpes de la vida, sobre todo cuando esos golpes, alguna que otra vez, le llegaban en forma de azotes, en el mejor de los casos. Pero, lo más importante, aprendió un oficio, el de la restauración, que amó y le abrió las puertas de un mundo social y cultural que le permitió desarrollarse como persona y como artista.
La restauración, mucho más que una profesión
“Presento mi primera exposición individual para todos ustedes, mis amigos que me conocen en mi trabajo, con el mismo cariño con que les atiendo [...]Para mí pintar es una necesidad, una fuente de energía donde repongo fuerzas para estar cada día como si fuera el primero, atendiéndoles como se merecen, con cariño y respeto”.
Estas palabras de Mauricio, incluidas en el catálogo de su primera exposición en 1986, representan lo que significaba para él, no sólo la pintura, sino su profesión: atender al cliente era darse a sí mismo, era hacer de la restauración un “arte” cuyo principal fin es la satisfacción del público.
De su trayectoria profesional siendo joven, cabe destacar por lo que le supuso en lo personal y en lo profesional, el restaurante las Tinajas (Móstoles) donde acudía frecuentemente a cenar Sara Montiel; El café Gijón, símbolo del Madrid literario de finales del XIX y de la primera mitad del XX, el Hotel Goya donde solía alojarse un joven torero llamado Paquirri, y el Hotel Villamagna.
A finales de los 70 fue maître del restaurante José Luis, situado en la calle de Rafael Salgado, al mismo tiempo que testigo de cómo se fraguaba en uno de sus comedores privados la Constitución de una recién estrenada democracia. Inauguró en 1981, como primer maître, el restaurante del Casino Gran Madrid. Una etapa, la del Casino, que coincidió con el reconocimiento profesional y artístico. Adentrados los 90 fue director de La Dorada y La Doradita de Félix Cabeza, y años después director del restaurante Gaztelubide, de la carretera de La Coruña.
El triunfo de la superación
Mauricio Gaitán (apellido por el que se le conocía en el mundo profesional y artístico) fue un pintor vocacional y autodidacta. La diosa fortuna, el destino, dios o simplemente la vida le obsequiaron con el don de la pintura. Como escribió la periodista radiofónica Ketty Kaufmann, con motivo de su segunda exposición, “Mauricio Gaitán ha sido uno de los “elegidos” como artista-artesano por el largo brazo de la musa de la Pintura”.
Efectivamente y como dice Ketty Kaufmann, Gaitán fue un “artista-artesano”: artista, y tomando las palabras de Dalí, porque era capaz de pintar escenas extraordinarias en medio de un desierto vacío... capaz de pintar pacientemente una pera rodeado de los tumultos de la historia; artesano porque se esforzó en incorporar a su pintura todo lo que fue aprendiendo a base de muchas horas de práctica, de lecturas sobre pintura y arte, y observando a otros pintores.
Siempre queriendo explorar nuevos territorios, estilos, colores, en definitiva, crecer, se consideró un eterno aprendiz. El escritor Alberto Vázquez Figueroa, con motivo de su segunda exposición escribe: “Me sorprende Mauricio Gaitán. Me sorprende porque habla de su pintura con la modestia del aficionado principiante, como casi avergonzado de su obra, y de improviso nos descubre un fascinante mundo de formas y colores; de trabajo bien hecho; de innegable talento
El 1 de diciembre de 1986 realizó su primera exposición individual de la mano de la ventrilocua Mary Carmen y sus muñecos inaugurando la galería de arte que la humorista abrió con el nombre de Daisy. Tres años después, en diciembre de 1989 expone de forma individual en la galería Toisón de Madrid, vendiendo en el primer día todos sus óleos. Su tercera exposición tuvo lugar al año siguiente, en noviembre de 1990, en la Galería Iris de Madrid, con igual éxito. Su obra estuvo representada en el Museum Art Gallery de Houston (Texas) con el óleo “El bodegón de la Porcelana” y el IBERICO 2000 lo incluyó como uno de los pintores realistas del Siglo XX.
Si analizamos toda su carrera artística y la gran cantidad de cuadros que pintó y vendió, podemos considerar que fueron pocas sus exposiciones. El motivo principal nos lo da el catálogo de la exposición colectiva de Houston que señala: “Famosas personalidades y coleccionistas de arte frecuentan su estudio”. Así es, la mayoría de las obras que realizó Mauricio fueron por encargo, incluyendo en muchas ocasiones retratos.

La vida como un estreno
La escritora Lourdes Fernández escribió, con motivo de la segunda exposición, que la vida de Mauricio era una continua preparación para un estreno. No hay mejor manera de definirle. Amaba la vida y vivía saboreando cada momento. Disfrutaba tanto de una buena comida como de su “arroz a lo pobre” que tanto éxito tenía entre familiares y amigos. Disfrutaba viajando, descubriendo paisajes, costumbres, gentes; redescubriendo aquellos otros que ya conocía. Siempre sin prisas pero sin malgastar el reloj, llenaba su tiempo libre con la lectura, la jardinería, el cine, paseando por Madrid, visitando museos. No había exposición en el Prado, Thyssen, Reina Sofía, San Fernando... que se le pasara. 
Orgulloso de sus hijas; de su hija mayor, Maricarmen, de la que presumía que había heredado su “planta” y “elegancia”; de su hija pequeña, Rebeca, de quién decía había sacado su inteligencia, y por supuesto, de su única nieta, Marina, quien le lleno de felicidad sus diez últimos años.
Si una imagen vale más que mil palabras, observando los retratos que Mauricio hizo a su mujer, María Ortega, con quien estuvo 45 años casado, se aprecia la admiración que por ella sentía. Admiraba de Mari, sobretodo, su bondad, su sentido del humor y su fuerza, muy visible en los dos óleos que de ella realizó.