lleno de rosas y de cisnes vagos;
el dueño de las tórtolas, el dueño
de góndolas y liras en los lagos;
y muy siglo dieciocho y muy antiguo
y muy moderno, audaz, cosmopolita;
con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,
y una sed de ilusiones infitina.
Yo supe del dolor desde mi infancia,
mi juventud, ¿fue juventud la mía?,
sus rosas aun me dejan su fragancia,
una fragancia de melancolía.
Potro sin freno se lanzó mi instinto,
mi juventud montó potro sin frenó;
iba embriagada y con un puñal al cinto;
si no cayó fue porque Dios es bueno.
En mi jardin se vio una estatua bella;
se juzgó mármol y era carne viva;
un alma joven habitaba en ella,
sentimental, sensible, sensitiva (...)
de Cantos de vida y esperanza. Ruben Darío