Lo hacía a modo de distracción, y no empleaba más de una mañana en ello, siempre después de leer el periódico, por supuesto.
Cuando llegabas a casa, le dabas un beso y al instante, sin darte tiempo a quitarte el abrigo o descansar, te insitía para que fueras a ver el último cuadro que estaba haciendo. La opinión o la crítica era lo de menos, porque no te escuchaba. Lo importante era que escucharas sus reflexiones.
Cuando llegabas a casa, le dabas un beso y al instante, sin darte tiempo a quitarte el abrigo o descansar, te insitía para que fueras a ver el último cuadro que estaba haciendo. La opinión o la crítica era lo de menos, porque no te escuchaba. Lo importante era que escucharas sus reflexiones.