Comienza marzo, mal mes en cuestión de recuerdos.
El martes pasado, el Museo del Prado inauguró una muestra antológica del pintor francés Chardin (1699-1779) el gran maestro del bodegón. Si estuviese mi padre, ayer u hoy ya habría ido a visitarla, como decía él, a patearla y masticarla. Luego, por la noche, me hubiese llamado para hacerme una crónica extensa de la exposición de no menos de 15 minutos sin parar de hablar. Hubiese insistido en que fuera y en que no me la puedo perder. Hace un año que no voy al Prado. La razón: no he sido capaz. Hoy, leyendo la información de la muestra y mientras escríbia aquí, me he dado cuenta que le hago un flaco favor al no ir al Prado. He sido consciente que el mejor regalo que puedo hacerme y hacerle a mi padre es visitar la exposición, ésta y otras. Bueno, el mejor regalo que puedo hacerle es disfrutar de la vida, a secas. Como dice mi amiga Maribel Matallanas, “sí, hay que vivir”, y me parece oírla tatarear una canción de Humet que ella me ha descubierto:
¡Hay que vivir, amigo mío!
Antes que nada hay que vivir,
y ya va haciendo frío,
hay que burlar ese futuro
que empieza a hacerse muro en ti.
Antes que nada hay que vivir,
y ya va haciendo frío,
hay que burlar ese futuro
que empieza a hacerse muro en ti.